21 agosto 2011

Ética y civilización: apuntes para el Tercer Milenio




Autor: Juan Antonio Blanco
(Texto escrito sobre finales del Siglo XX)

El fantasma que hoy recorre, no sólo Europa, sino el mundo, no es ya el del comunismo; es el de la incertidumbre. Lo único cierto en el umbral del Tercer Milenio es la incertidumbre, colectiva e individual, respecto al porvenir. Al concluir el siglo XX los tres grandes déficits de nuestra especie, son la sabiduría, la imaginación y la esperanza. La fascinante revolución tecnológica que hoy vivimos ha acelerado la velocidad de la historia humana; ha compactado nuestra actividad, al violentar las distancias y hacernos interactuar mundialmente a la velocidad de nuestros ordenadores. Hoy las fronteras se han vuelto porosas a las influencias culturales, los flujos de capital y de información. "Todo ha cambiado, excepto nuestro pensamiento", nos advirtió Einstein al inaugurar la era nuclear. La humanidad ha quedado enjaulada en una arquitectura institucional, -local y mundial- que se torna obsoleta e incapaz de responder con eficacia a los retos de la cambiante realidad. Pero, sobre todo, vivimos atrapados por nuestro imaginario moderno, axiomas civilizatorios y mitos culturales. La Biblia -considerada, al margen de creencias religiosas, un libro de sabiduría-nos alerta al respecto: "(...) nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y se derrama el vino, y los odres se pierden; mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar." "1" Seguimos vertiendo nuestra nueva realidad tecnológica en viejos odres institucionales que no pueden ya contenerla. De ese modo -para decirlo como Hegel-, lo racional deviene irracional. El siglo que ahora despedimos fue testigo, en innumerables ocasiones, de la aplicación bárbara -en lo social y ecológico-, del progreso tecnológico alcanzado. La cibernética nos informa que los parámetros de un sistema sólo pueden controlarse desde otro sistema de mayor complejidad. La complejidad del actual orden mundial no es ya gobernable desde la institucionalidad que emergió al finalizar la II Guerra Mundial. Mucho menos puede serlo desde los axiomas éticos del imaginario moderno, cuyas raíces más distantes sobrepasan ya cinco siglos.

El obsoleto paradigma moderno


El desarrollo tecnológico ha tornado obsoletos los axiomas que sustentaban el paradigma moderno:


* dado el ritmo de contaminación del ecosistema y la capacidad de las nuevas tecnologías para su explotación, ha dejado de ser cierto que éste tiene la capacidad de absorber y reciclar de modo natural los desechos y la devastación de nuestras sociedades;


* el crecimiento económico está enfrentando una crisis derivada de los patrones industrializadores y de consumo en los que está basado, y de la depauperación de la población mundial a la que ha conducido el esquema de explotación periférico por los países desarrollados;


* el progreso tecnológico lejos de traer el progreso social ha sido puesto al servicio ya de dos guerras mundiales y de una secuela de dramáticos conflictos, al tiempo que ha situado a la humanidad pendiente del frágil hilo de un e genético o nuclear;


* el creciente consumo, tampoco ha aportado una vida más feliz a aquella parte minoritaria de la humanidad que lo ejerce a espaldas de la mayoría de los habitantes de nuestro planeta. La noción de que "no sólo de pan vive el hombre" cobra fuerza en sociedades de alto desarrollo tecnológico sumidas en creciente alienación;


* la Razón moderna, tampoco ha materializado a plenitud el reino de libertad, igualdad y fraternidad que prometió cuando puso fin al mundo que la precedió;

* el destino del ecosistema y de la humanidad está hoy "fuera de todo control racional", precisamente por el empeño de continuar aplicando los conceptos de la razón moderna, a un mundo ya cambiado radicalmente por ella;

* el o de familia nuclear, patriarcal, monógama y heterosexual ha sido puesto en crisis en sus funciones económicas y socializadoras, por la propia dinámica que traen aparejadas las nuevas tecnologías de la Era de la Información.

A mediados del siglo XX el paradigma moderno, la creencia en el valor supremo del conocimiento como vehículo del progreso y la felicidad, por vía de la racionalización de los procesos naturales y sociales, daba ya señales de agotamiento.
Entendemos por civilización el modo específico de relacionarse una sociedad consigo misma y su entorno mediante el empleo de un sistema tecnológico cuyo uso tiende a impactar a todas las esferas de la actividad social y a universalizarse en un estadio histórico prolongado. Las técnicas de caza/recolección de alimentos, agropecuarias, industriales y cibernéticas corresponden a los principales procesos civilizatorios que ha conocido la historia humana. Cultura por otra parte, es el conjunto de estructuras sociales, valores, mitos y vigencias generales en que una sociedad organiza su modo de vida y convivencia y asume, desde ellos, un proceso civilizatorio específico. Las dos culturas centrales a la organización moderna, capitalismo y socialismo de estado, compartieron los axiomas del paradigma moderno en el marco de la civilización industrial, del mismo modo que Atenas y Esparta, disímiles y enfrentadas, constituyeron culturas alternativas de la civilización agrícola mediterránea. La crisis final del socialismo de estado y la atribuida al capitalismo actual son, en realidad, las dos caras de la crisis civilizatoria que marca, para unos, el tránsito a una postmodernidad enajenada que equiparan con el fin de la Historia y, para otros, la última oportunidad del mundo moderno -o la primera del postmoderno-de alcanzar su frustrada expectativa de libertad, igualdad y fraternidad. El llamado proceso de globalización es en realidad la reorganización del sistema mundial de acumulación capitalista en el marco del proceso civilizatorio iniciado por las nuevas tecnologías. Se pretende así que ese nuevo proceso civilizatorio sea el pilar para la renovación y extensión temporal de la cultura capitalista. Sus ideólogos nos venden el capitalismo globalizado como si se tratase él mismo del nuevo proceso civilizatorio cuando en realidad apenas constituye uno de los modos -el menos promisorio, por cierto-de su posible organización social. La Era Moderna, de la que ahora iniciamos la despedida hacia un oscuro porvenir, nació y se desarrolló entre antagónicas doctrinas sobre el futuro. A cada individuo sólo le cabía la posibilidad de acelerar o retardar el futuro, pero no de alterarlo. Ahora somos más conscientes de que hay distintos futuros posibles y pueden por ello existir también distintos proyectos de postmodernidad -como los hubo para la modernidad-en lucha por prevalecer. En esa lucha -también lo sabemos ahora-no hay un desenlace feliz garantizado por Dios o por las leyes de la historia. Solo hay drama humano. El revolucionario postmoderno no puede construir sus convicciones desde la certeza de que el futuro lo encontrará entre los vencedores. Lo único cierto es la incertidumbre en esta transición apocal. Puede que no haya futuro para nadie. Las convicciones -que no son lo mismo que las certidumbres-hay que construirlas ahora desde la Ética. La nueva realidad tecnológica y los problemas ecológicos y sociales acumulados reclaman con urgencia el surgimiento de un nuevo modo de pensar, de una nueva ética que propicie un reacomodo más justo y sustentable de nuestras sociedades en el planeta que habitamos. La vida ha rebasado las lógicas que una vez resultaron eficaces para defender los distintos intereses en pugna. Aferrarse ciegamente a éstos y a aquéllas equivaldría al camarero que una y otra vez levantaba y organizaba las sillas caídas en el restaurante del Titanic, cuando la nave se disponía a hundirse definitivamente. Al cerrar el milenio, la necesidad de sobrevivir como especie nos compulsa a pensar el proceso civilizatorio y cultural, desde una perspectiva renovada. Las novedosas tecnologías que han abierto la posibilidad de un nuevo proceso civilizatorio pueden traernos el futuro de Huxley y Orwell, o la Utopía de Moro resoñada y edificada de múltiples maneras.

Nuestro tiempo puede terminarse


Nuestro tiempo puede terminarse en el próximo siglo. Algunos pronósticos auguran que en el año 2050 el planeta tendrá más del doble de habitantes que en 1990, los cuales competirán por recursos muchos más escasos que los disponibles entonces -cuando ya la pobreza alcanzaba a virtualmente la mitad de sus pobladores- y vivirán en un planeta mucho más contaminado que el de aquel año. Para entonces, la humanidad crecerá a razón de más de 1000 millones por década: cada 45 años habrá añadido el equivalente de la población mundial de 1980 ¿Podrán sostenerse pacíficamente estos seres humanos, a partir de nuestras actuales tecnologías depredadoras y tóxicas, y de los polarizados esquemas sociales que hoy rigen el mundo? Navegamos por el espacio en este cada vez más diminuto planeta de limitados recursos, que consumimos y contaminamos a un ritmo mucho mayor que su natural capacidad de reciclarlos. Estamos consumiendo el futuro que heredarán nuestros hijos. ¿Cuál será la envergadura de la crisis ecológica y social a la que tendrán que enfrentarse con apenas treinta años, los que nazcan en éste? ¿Se resignará para entonces la mayor parte de la población mundial a contemplar el hedonismo de las sociedades norteñas desde su escasez? ¿Intentará un país como China reproducir el "sueño americano" provocando una catástrofe ecológica irreparable? En este mundo en crisis y convulsionada transición hacia la incertidumbre del futuro, ¿qué significado puede tener -si es que alguno- nuestra existencia como especie y como individuos en la infinitud del universo? ¿Por qué y para qué -si es que es para algo- estamos aquí? ¿Qué significado -si es que de hecho se carece de él- podríamos darle a nuestra existencia en un mundo que reduce a unos a la desesperanza y a otros a la condición de dóciles consumidores? ¿Será la humanidad capaz de trascender la estrecha visión de los conflictos de intereses y asomarse a la realidad de que si no reorganiza su cultura y civilización, sobre nuevas bases, no será capaz de superar este nuevo reto de adaptación para la supervivencia de nuestro espacio, que esta vez no es genético, sino cultural? Lamentablemente hoy, a apenas dos años de finalizar el segundo milenio, la respuesta a estas interrogantes habrá que responderlas con legítimo escepticismo. Hoy somos seres bárbaros y prehistóricos de una posmodernidad salvaje, que puede resultar el umbral de la definitiva humanización de nuestra especie, o la última etapa de nuestra excepcional aventura en el universo. La única revolución que realmente podrá salvar definitivamente nuestra especie es la revolución del pensamiento. Hemos arribado a un punto definitorio en nuestra evolución como especie y en la historia milenaria de nuestros procesos civilizatorios. La humanidad ha adquirido poderes divinos: la capacidad de crear nuevas formas de vida o destruir todas las que existen, incluida la propia. Ninguna propuesta ética de épocas precedentes nos permite asumir con éxito la grave responsabilidad que las nuevas tecnologías nos asignan. La ética ha dejado de ser -tiene que dejar de ser-, un asunto confinado a las relaciones sociales para extenderse hacia el hábitat ecológico del que somos parte. Respondemos ahora por el futuro no sólo de nuestra propia especie -la historia humana podría extinguirse como resultado de nuestras acciones u omisiones-, sino también de muchas otras que cohabitan el planeta con nosotros. Solo un rediseño de nuestra cosmovisión y de nuestras sociedades podrá asegurarnos un futuro; podrá permitir que la historia humana prosiga su curso y así pueda tener futuro. Por ello la bioética no es asunto exclusivo de científicos ni puede confinarse a la relación humana con el entorno. Es asunto de políticos, intelectuales, empresarios, organizaciones públicas y de todo ciudadano. Sin una nueva cultura responsable en lo político, económico y social no puede erigirse una civilización responsable en lo ecológico. "Más de lo mismo" sólo conducirá a nuevos totalitarismos, mos, dictaduras, conflictos étnicos, hambrunas, intervenciones militares, guerras civiles, desastres ecológicos, migraciones masivas, violencia urbana, drogas y vacío espiritual. La gente no se interesa ya en votar por partidos nuevos o viejos, de derecha o izquierda, porque intuyen que sólo proporcionarán "más de lo mismo".

Hacen falta ideas realmente nuevas


Para trascender el mundo de hoy, para cambiarlo, tenemos primero que iniciar el cambio de nuestro pensamiento. Hay viejas fórmulas para cambiar el presente que nos traerán también "más de lo mismo". La liberación de nuestro intelecto resulta prerrequisito para el surgimiento de una nueva compresión de nuestra circunstancia y de un nuevo proyecto de transición hacia el porvenir. Antes de apresurarnos a convocar nuevamente a la "toma de poder" necesitamos una comprensión más compleja del significado del poder, los elementos que lo constituyen, sus múltiples formas de expresión y control sociales. Es imprescindible imaginar y conceptualizar nuevas definiciones del poder previas a su traspaso de manos si es que pretendemos valernos de él para edificar una sociedad auténticamente nueva. Si bien urge transferir el poder mundial a manos más humanas y responsables que las de los talibanes del neoliberalismo transnacional que hoy lo detentan, no es menos cierto que la humanidad no tiene ya tiempo para ensayar un nuevo experimento político o distributivo que repita viejos errores y legitime nuevas formas de enajenación. No debemos restringirnos a paliar las tensiones del mundo actual, sino orientar a conceptualizar, promover y experimentar os de organización humana que sean social y ecológicamente sustentables y contribuyan gradualmente a la consolidación de un nuevo paradigma civilizatorio y cultural. Este nuevo paradigma está llamado a ser participativo en lo político, inclusivo en lo económico, pluralista en lo cultural, responsable en lo ecológico, solidario en lo ético, equitativo en lo social. Pero sería ilusorio -como suponen algunos-, esperar exclusivamente de las ONG's, o incluso del resto de los sectores y organizaciones de la sociedad civil, la construcción del nuevo paradigma. Para construir un mundo nuevo hacen falta primero ideas que sean realmente nuevas. Hace falta imaginación audaz. Es preciso, entonces, revisar las actuales relaciones entre la sociedad civil, el mercado (como tecnología económica) y el gobierno, (como tecnología política). Su actual diseño implica invariablemente situaciones del tipo "yo gano y tu pierdes". Necesitamos una sociedad del tipo "yo gano y tú también". Pero ello requiere la misma creatividad, sabiduría y audacia con la que la burguesía fue capaz, hace más de dos siglos, de imaginar y construir una civilización y cultura nuevas demostrando, además, que el esclavismo y el feudalismo no eran "el único mundo posible" ni el mejor de ellos. La historia nos pide cambios radicales para proseguir su curso. La alternativa, no sería el fin que le auguró Fukuyama, sino la posible extinción de nuestra especie. El socialismo de estado ya demostró en nuestro siglo sus insuficiencias y vulnerabilidades, pero la fe que hoy ponen algunos en el mercado y la democracia liberal como único mundo posible, -y el mejor de ellos a la vez- sería digna de mejor causa. Jesús expulsó a los mercaderes del templo porque habían ocupado el espacio de la oración. No los expulsó de Jerusalén -donde al parecer consideró cumplían, mal que bien, alguna función socialmente útil-, sino del templo. El mercado ha invadido en este siglo el templo de la política, el de la cultura, la información y otros que debería desocupar para replegarse a su espacio económico natural el cual, a su vez, debería compartir con otros actores sociales incluidos el Estado. El totalitarismo del mercado puede ser tan pernicioso y destructivo como el de una burocracia política. Los derechos humanos -sean políticos, civiles, económicos o sociales-, no deben quedar bajo la influencia inequitativa que hoy ejerce la lógica distributiva del mercado. Cientos de millones de desamparados y desnutridos así lo atestiguan. Hay que deslucratizar y democratizar áreas extensas de la vida social, si aspiramos a una auténtica democracia y a una economía sustentable. Maximalizar ganancias es la filosofía central de la cultura humana que nos ha situado al borde mismo de una crisis social y ecológica a escala planetaria. Este no es ni puede seguir siendo considerado el "único mundo posible" y, por lo tanto, inalcanzable para cualquier enjuiciamiento ético. El tipo de mercado que hoy existe difiere notablemente de otros que le precedieron y, seguramente también, de formas futuras en que podría ser reestructurado. Su existencia no está al margen de la historia y, al poder existir de otro modo, tampoco está al margen del juicio ético sobre su actuación y lógica intrínsecas. La falsa dicotomía Mercado versus Estado debe ser trascendida en una nueva redefinición de sus funciones, límites y articulaciones recíprocas y ser puestos bajo el control democrático del conjunto de la sociedad civil. Los sistemas políticos modernos, por otro lado, conceptualizados hace más de 200 años, también deberían ser revisados. Pese al discurso en boga y para decirlo en términos de Ortega y Gasset: la actual democracia liberal está perdiendo "vigencia" al haberse trastocado de modo significativo la realidad de la que originalmente emergió y decrecer su capacidad para sostener la gobernabilidad en un mundo sometido a cambios acelerados. La participación autónoma y cotidiana de la ciudadanía es el tema central de la democratización que ahora se reclama. La extensión de la apatía electoral es síntoma, en ya demasiados países, de la actual insatisfacción en esa esfera. El eminente sociólogo mejicano Pablo González Casanova nos presenta claramente el problema cuando expresa que la nueva definición internalizada de la democracia que se va imponiendo, es la de "un gobierno en el que es natural que el pueblo no gobierne ni decida sobre la política." "2" La tentación de acudir nuevamente a soluciones extremas y totalitarias, desde el poder o fuera de él, crecerá junto a la deslegitimización institucional y la incertidumbre respecto al porvenir. El apotegma de Lincoln, "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", continúa constituyendo un desafío a las credenciales democráticas de nuestros sistemas políticos y la brújula imprescindible para su necesario rediseño. Las interrelaciones entre el Gobierno, Mercado y el resto de los sectores de la Sociedad Civil deberían ser revisadas y repensadas para reestructurarlas y hacerlas interactuar de otro modo, si realmente deseamos abrir ventanas al porvenir. De lo que se trata ahora, por supuesto, es de reflexionar sobre qué tipo de mercado, de gobierno y de sociedad civil podrían hacer factible esa transición a una nueva civilización y cultura humanas dentro de un Estado también de nuevo tipo. En ese rediseño social, particular responsabilidad recae sobre las ciencias sociales y su capacidad no sólo de conocer el mundo, sino de inaugurar otros posibles. En la tendencia o carencia de esa voluntad transformadora y audacia imaginativa radica hoy su alineamiento conservador o "progresista".

Superar la fragmentación del saber

La fragmentación del saber y del conocimiento humanos que introdujo la modernidad requiere ahora ser sustituida por una cosmovisión holística que trascienda, de modo transdisciplinario, los estrechos muros de las especialidades científicas. La Filosofía, arrinconada "progresivamente" por las ciencias modernas, está llamada a recrear el espacio para su reencuentro e integración como ecología política. La indagación sobre la existencia humana y sus prolegómenos, por otra parte, debe rebasar los límites que hoy le impone un limitado criterio de "conocimiento científico" que no reconoce como problema de investigación lo que no resulte estadísticamente mensurable. La intuición y otras formas de aproximación a la realidad deben recuperar su dignidad como metodología del saber si se pretende indagar en temas centrales que condicionan la conducta de personas y sociedades como el de la felicidad individual y colectiva. La ridícula pretensión de que la complejidad humana es desmontable en compartimentos estancos inteligibles por métodos cuantitativos ya ha acumulado un grave déficit de sabiduría -que es mucho más que "conocimiento"-, que ahora nos resulta imprescindible cubrir para poder humanizar el adelanto tecnológico alcanzado de modo que esto constituya un auténtico progreso. Hoy ya sabemos que la tradicional contraposición entre objeto y sujeto en el proceso gnoseológico no es válida. El acto mismo del conocimiento transforma el "objeto" del cual a su vez forma parte y por el cual está condicionado. Tampoco hay "objetos" fijos y aislados, sino procesos interconectados y continuos que constituyen y reconstituyen, de modo ininterrumpido, la realidad natural y social. Una nueva ciencia -holística y transdiciplinaria-, permitiría un mejor acercamiento al cambio de paradigma cultural y civilizatorio del que estamos urgidos.
Si representantes de las distintas naciones, etnias, religiones, clases y otros intereses e instituciones en pugna, pudieran asomarse juntos desde lo alto de una terraza y contemplar el estado del planeta y la especie humana a fines del siglo XX, quizás las probabilidades de un futuro más promisorio se incrementarían. Imbuidos por una definición del poder que equivale a la de la conquista y dominio de recursos y seres humanos, enjaulada su visión y entendimiento en el recinto estrecho de sus reales o supuestos intereses, resulta difícil que los bandos en pugna puedan adivinar que no pocas de sus batallas, consignas, proyectos y métodos han sido rebasados ya por el tiempo. Los retos del presente son de tal magnitud que ninguna nación, etnia, grupo religioso o clase, puede darle solución por sí sola, bajo ningún esquema de organización social. Por otro lado, se trata de desafíos que, en no pocos casos, engloban por igual a oprimidos y opresores y no tendrían solución si ambos polos no encuentran el modo de redefinir los términos de su conflicto e incluso, en ciertas circunstancias, de diseñar esquemas de cooperación para enfrentar algunos de ellos. El diseño actual de la sociedad mundial nos compulsa al conflicto creciente y a la autodestrucción colectiva. La ilusión de las elites transnacionalizadas de poder de que sus lanzacohetes, as, rayos láser y otros artefactos, pondrán coto a las migraciones masivas, guerras civiles, narcotráfico, violencia urbana, contaminación del medio ambiente, agujero en la capa de ozono, destrucción de suelos y otros dramas, es de una miopía y puerilidad rayana en el ridículo, si no resultase tan peligrosa.

Un cambio con el que todos ganaremos


Hace años los Tupamaros lanzaron en Uruguay la consigna: "Habrá patria para todos, o no habrá patria para nadie". Lo curioso del mundo a fines del siglo XX es que si prevalecen las fuerzas del status quo no habrá futuro para nadie y si se imponen aquellos cuya propuesta de cambios no parte de una nueva visión del dilema humano, tampoco habrá futuro para nadie. Lograr un futuro "con todos y para el bien de todos", como deseaba José Martí para Cuba, no es hoy sólo posible, sino se ha vuelto imprescindible para nuestra especie y el planeta que habitamos. Unos tendrán obviamente que pagar un precio superior al de otros en ese "reacomodo" pero todos tienen algo esencial que ganar de ese posible proceso: el que la historia humana pueda proseguir su curso en sociedades con superior calidad de vida espiritual y material. Es por ello que las líneas divisorias no pasan hoy exclusivamente por el monto de los ingresos, las clases sociales, las creencias religiosas, la pertenencia étnica, la nacionalidad, o tantas otras que fueron convocadas al conflicto en el pasado. Las líneas divisorias se trazan también cada vez más entre aquellos aprisionados mentalmente por el viejo mundo que nos aproxima al abismo, y los que están dispuestos a erguirse sobre su circunstancia para forjar con otros una nueva visión. Hay que enseñar a unos y a otros, a opresores y oprimidos, que el mundo está hoy prisionero de una lógica que escapa a todo control y que nos conduce por igual a un trágico desenlace que a todos alcanza. La victoria de los poderosos tiene ya una inescapable dimensión pírrica. Hay que emplear este último ro del milenio para esclarecer la libérrima opción a la que cada cual se enfrenta en esta hora: ética animal o ética humana; salvación colectiva o suicidio colectivo. La superación del esclavismo no fue el resultado exclusivo del desarrollo tecnológico y material sino del rechazo espiritual que llegó a concitar debido a la nueva sensibilidad del ascendente imaginario moderno. No estamos convocando al abandono de las luchas concretas e inmediatas por la justicia social para sustituirlas por una evangelización moralizante. Lo que reclamamos es una revolución que merezca, finalmente, ese nombre por aspirar no sólo al cambio de un sistema político -económico, sino a la naturaleza misma del proceso civilizatorio y cultural que hemos vivido hasta hoy. La plena liberación que reclamamos demanda, como prerrequisito, que alcancemos un nuevo punto de perspectiva y de partida para adentrarnos en el nuevo milenio. Esa nueva visión implica otra concepción de las ideologías, programas, clases y grupos sociales movilizados a su favor o en su contra. Una nueva concepción del "pueblo", para que ese concepto pueda continuar resultándonos útil en la práctica. La estructura cultural y civilizatoria del capitalismo tardío no explota y oprime exclusivamente a la "clase trabajadora" sino a un conjunto de estratos y conglomerados humanos -incluyendo a significativos sectores empresariales-y al propio ecosistema. Su obsesión por maximalizar ganancias, a partir de las poderosas tecnologías de que dispone, la ha constituido en una maquinaria de muerte a escala planetaria. Frente a ella hay que crear un nuevo bloque histórico para el cambio, no sólo político, sino civilizatorio y cultural. El "pueblo" será entonces la construcción consciente del movimiento policlasista, iconoclasta, innovador y visionario que emerja entre todos aquellos que optaron, de modo individual o como grupo social por la supervivencia de nuestra especie en una sociedad responsable y solidaria. Un bloque histórico capaz, pese a su heterogénea composición, de actuar como clase oprimida y consciente frente a las elites vinculadas al poder transnacional que subyace detrás del actual esquema de globalización mundial. La civilización industrial y sus culturas de ción son un dinosaurio condenado a desaparecer -y con él sus pugnas y conflictos intestinos- por las críticas transformaciones que introdujo a su hábitat social y natural.

El Titanic y la primera foto del planeta


Un proyecto cultural y civilizatorio alternativo y liberador reclama mucho más que la simple apropiación física de las actuales instituciones de la sociedad. No se trata sólo de la toma del poder político, como suponían las consignas, sino de la sustitución integral de una lógica y sentido común -y del tipo de relaciones sociales legitimadas sobre ellas-, algunas de cuyas raíces más largas rebasan la era moderna y se remontan a los orígenes mismos de la historia de las civilizaciones. Es necesario un nuevo imaginario liberador en lugar de las baratas ideologías posmodernas encaminadas a la aceptación del status quo que hoy impera en el planeta. Hay distintos futuros posibles, por lo que hay más de una posmodernidad posible también.
Dos experiencias del siglo XX deberían tenerse siempre presente: el drama del Titanic en 1912 y la primera foto de nuestro planeta, tomada por la NASA desde el espacio en 1960. La primera, nos alertó sobre la capacidad de error del ser humano y los límites del culto a la tecnología. Fue una dolorosa lección de humildad a nuestra arrogancia. La segunda, es un recordatorio de que ocupamos una sola nave espacial en nuestra travesía por el universo. Esa imagen nos proporcionó lo que un fotógrafo llamaría una "nueva perspectiva" de nuestra existencia. La Tierra es una sola. Sus recursos son limitados. Las fronteras, geográficas o ideológicas, son una creación humana. Todos habitamos esa nave espacial y las naves espaciales no tienen botes de salvamento. Confiar en que la actual organización mundial pueda permanecer inalterable porque nuevas tecnologías se harán cargo tanto de pobreza -y el rencor que ella genera frente al hedonismo creciente de la minoría-, como del daño ambiental y agotamiento de recursos naturales, es una lógica de vocación suicida. Suponer que el actual status quo se hará eterno, porque las fuerzas que pretendieron retarlo fueron vencidas en este siglo, es un criterio no sólo superficial, sino de una ingenuidad peligrosa. Por primera vez en la historia, la ética de la solidaridad social ha dejado de ser una opción, entre muchas, para devenir en necesidad de supervivencia para nuestra especie. La cosmovisión de la que estamos urgidos para rediseñar la realidad mundial reclama que la ética humanista sea su punto de partida.
El principal desafío a los vencedores, a los vencidos, a los que alcanzaron, se mantuvieron o perdieron el poder a lo largo de este siglo, no es otro que el rediseño de nuestra actual arquitectura de pensamiento. La situación ecológica y social ha llegado a un punto en que la única victoria auténtica y definitiva sería la transformación de nuestras percepciones y comprensión de la realidad. Nuestra subjetividad es el escenario decisivo de la batalla por el porvenir, sea cual sea la latitud geográfica, económica o ideológica que ocupemos en este mundo.
La única "misión" que tenemos que cumplir en nuestro tiempo de vida es la de ser felices. Pero los significados que hemos otorgado a ese término a lo largo de estos 10.000 años de historia de las civilizaciones deben ser revisados. Necesitamos, con suma urgencia, definir un criterio de felicidad responsable y solidario que sirva a la autonomía y la libertad humanas en lugar de constituir un mecanismo de control social de las clases ntes. La dicotomía entre la ética del ser y la ética del tener, de la que nos habló Eric Fromm, constituye por ello la interrogante central a nuestra crisis civilizatoria. Hay, en la hora que vivimos, un tejido factual que enlaza al poderoso con el desvalido y que es necesario develar y potenciar. No se trata para nadie de levantar bandera blanca, ni tan siquiera de pactar una tregua. Sería inútil e ilegítimo pedir al oprimido que capitule ante la arbitrariedad y la injusticia. Revoluciones y reformas, balas, huelgas y votos se continuarán necesariamente entremezclando y nadie puede en nombre de una resignada aceptación del injusto exorcisarlas status quo. Una cosa es el reconocimiento de que la Utopía tiene que reconsiderar sus caminos y armas y otra, muy distinta, es repudiar la Utopía en nombre de un realismo adaptativo que pretende situarse en terreno ético neutral. De lo que se trata no es de que la explotación y el abuso de poder hayan desaparecido ni de que toda resistencia a ellos resulte hoy inútil, sino de que el escenario actual en el que ahora se libra la lucha por la felicidad humana ha sufrido un cambio cualitativo esencial y no es posible aspirar a transformar la realidad si ésta no se conoce y entiende primero.

Un proceso civilizatorio liberador


Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos que la desaparición del Bloque del Este no puso fin a la carrera de armas, las intervenciones militares, guerras, pobreza, a la desigual distribución de recursos y riquezas, escuadrones de la muerte, al asedio y la agresión a todo proyecto favorable al humanismo, al acoso a la autonomía del pensamiento crítico, al recurso a la tortura y al ejercicio dictatorial del poder, nos preguntamos si puede existir otro camino que no sea oponer la violencia del oprimido a la violencia del opresor, hasta que el mundo cambie o desaparezca definitivamente. Esa fue y sigue siendo una reacción lógica y legítima al trágico mundo de injusticia en que vivimos. Desde las selvas de Chiapas, hasta las calles de Río recorridas por manifestantes del PT brasileño, los oprimidos siguen buscando líderes, programas, caminos e instrumentos para hacerse justicia. Entender el mundo de nuevo modo no significa rechazar esa realidad, ni ignorar la legitimidad de esas luchas. Evolución, reformas, revoluciones, acciones pacíficas o violentas no son excluyentes ni descartables, siempre y cuando se parta de comprender que los cambios no pueden asegurarse desde elites iluminadas, partidos de jerarquización oligárquica, movimientos sectarios o excluyentes, valores económicos, políticos y éticos semejantes a los del poder que se desea subvertir, criterios discriminatorios por género, raza u orientación ual, similares a los de las sociedades de opresión y su definición del poder como dominio sobre el entorno natural y social. Suponer que las formas organizativas, movilizativas y de concienciación de las que se han valido hasta el presente las fuerzas contestatarias al status quo pueden resultar eficaces en el nuevo escenario civilizatorio, frente al reconstituido sistema mundial capitalista, sería una ingenuidad imperdonable dado el intolerable precio de su beato dogmatismo. Si la izquierda (en el poder o en lucha por obtenerlo) desea seguir mereciendo ese calificativo, está obligada a reinventar su modo de hacer y concebir la política. De lo contrario podrá autocalificarse como cualquier cosa menos que como progresista o revolucionaria. Ignorar el cambio cualitativo ocurrido en el escenario de enfrentamiento entre oprimidos y opresores -que no es igual a ignorar la existencia y necesidad de ese conflicto- conduce a la irrelevancia política.
Hay "un tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar", bajo el cielo nos recuerda la Biblia. Cada cual bajo su cielo tendrá que comprender el tiempo en que vive; pero no deberá olvidar que ahora, más que nunca antes en la historia, vivimos todos bajo ese mismo cielo perforado por la contaminación humana y que nuestro tiempo -el de todos- concluye el próximo siglo, si no elevamos nuestro entendimiento a la sabiduría reclamada por los poderes tecnológicos que hemos adquirido en el último proceso civilizatorio de nuestra aventura terrestre. El futuro habrá que forjarlo con los ojos bien abiertos hacia el presente. En los instrumentos, caminos, conceptos, métodos y estilos que adopten hoy las fuerzas del cambio se decide si el porvenir que vendrá, de ellas prevalecer, será realmente distinto al presente que hoy intentan trascender, o una reproducción, bajo nuevas formas, de males ancestrales, como ya ocurrió con el ideal socialista. Para dar una respuesta feliz a nuestras interrogantes la humanidad está llamada a erigir una cultura diferente a las ya ensayadas. Una cultura de liberación para un proceso civilizatorio liberador.
Leonardo Da Vinci se propuso volar como los pájaros y le resultó imposible. Verne sólo pudo imaginar el Nautilus, pero no construirlo. Espartaco deseó liberar a sus hermanos de la esclavitud, pero terminó crucificado por lo que entonces parecía un eterno e invencible imperio. "Todo tiene su tiempo y todo lo que se hace debajo del cielo tiene su hora", nos recuerda el Eclesiastés. Pero el despegue del Kitty Hawk, la travesía del primer submarino y la abolición universal del régimen esclavista nos recuerdan no sólo el acierto de ese axioma bíblico, sino que el largo proceso acumulativo de esfuerzos fracasados es lo que puede llegar un día a transformar en posible, e incluso en realidad, lo que hasta un momento se situaba, inalcanzable, tras la aparente barrera de "lo imposible". Apenas dos años nos separan del Tercer Milenio. ¿No podríamos acaso emplearlos para reflexionar sobre el significado de nuestra existencia en el universo? ¿Resultaría "imposible" concebir que los más antagónicos intereses pudieran encontrar un esquema más justo de funcionamiento que los reacomodase de modo mínimamente decoroso y aceptable a unos y otros? ¿No vale la pena acaso intentar, por múltiples vías, demostrar que ese "imposible" también puede convertirse en realidad? El muro a derribar ahora ya no es el de la guerra fría en Berlín, sino el de la iniquidad mundial, la irresponsabilidad ecológica y, sobre todo, el de las ideas con las que venimos actuando desde hace siglos. Es preciso, imprescindible más bien, demostrar que podemos vencer esta última barrera que se alza frente a nuestra propia y definitiva humanización. Necesitamos revolucionar nuestro pensamiento si de veras aspiramos a la libertad y la equidad. No creo que sea "imposible" lograrlo. Quizá podamos probar aún que somos realmente una especie consciente. Quizá exista aún tiempo para preservar nuestra existencia. Quizá nuestro planeta continúe teniendo la rara cualidad, dentro del universo hasta ahora conocido, de poder sostener la vida. El tema, sin embargo, no es el de la falsa dicotomía sobre si podremos "ganar" o "perder" como pretenden hacernos creer los que ya claudicaron en espíritu e intelecto. No es si existe o no otra alternativa viable al status quo actual y a las autodestructivas tendencias que él proyecta sobre la sociedad mundial y el ecosistema. De lo que se trata es de que no existe otra alternativa ética y humana que no sea la de comprometerse una vez más en la lucha por un futuro más promisorio.


Juan Antonio Blanco
Nació en 1947 en la Habana, Cuba, donde reside actualmente.
Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales.
Licenciado en Filosofía y Pedagogía.
Electo en la Conferencia Mundial de Viena sobre Derechos Humanos (1993) como representante para el Caribe del Nuevo Comité de Enlace Global de ONGs sobre ese tema.
Fundador del Centro Félix Varela de Cuba y asesor en temas de derechos humanos y desarrollo sostenible de varias ONGs europeas.


Notas:
1. Nuevo Testamento, San Marcos 2:22
2.. Pablo González Casanova, "La Democracia y la lucha en Cuba", Revista América Libre, no. 4, 1993, p.27.


20 agosto 2011

Gobernados por ciegos e irresponsables




Autor: Leonardo Boff

Agosto 18, 2011


Afinando los muchos análisis hechos acerca del conjunto de crisis que nos asolan, llegamos a algo que nos parece central y sobre lo que toca reflexionar seriamente. Las sociedades, la globalización, el proceso productivo, el sistema económico-financiero, los sueños predominantes y el objeto explícito del deseo de las grandes mayorías es consumir y consumir sin límites. Se ha creado una cultura del consumismo propalada por todos los medios. Hay que consumir el último modelo de celular, de zapatillas deportivas, de ordenador. El 66% del PIB norteamericano no viene de la producción sino del consumo generalizado. Las autoridades inglesas se sorprendieron al constatar que, entre quienes promovían los disturbios en varias ciudades, no solamente estaban los habituales extranjeros en conflicto entre sí, sino muchos universitarios, ingleses desempleados, profesores y hasta reclutas. Era gente enfurecida porque no tenía acceso al tan propalado consumo. No cuestionaban el paradigma de consumo sino las formas de exclusión del mismo.

En el Reino Unido, después de M. Thatcher, y en USA después de R. Reagan, así como en el mundo en general, va creciendo una gran desigualdad social. En aquel país, los ingresos de los más ricos se incrementaron en los últimos años 273 veces más que las de los pobres, según informa Carta Maior el 12/08/2011. Por eso, no es de extrañar la decepción de los frustrados ante un «software social» que les niega el acceso al consumo y ante los recortes en el presupuesto social, del orden del 70%, que los castiga duramente. El 70% de los centros recreativos para jóvenes fueron simplemente cerrados.

Lo alarmante es que ni el primer ministro David Cameron ni los miembros de la Cámara de los Comunes se tomaron el trabajo de preguntar el por qué de los saqueos en las distintas ciudades. Respondieron con el peor remedio: más violencia institucional. El conservador Cameron dijo con todas las letras: «vamos a detener a los sospechosos y publicaremos sus caras en los medios de comunicación sin importarnos las preocupaciones ficticias con respecto a los derechos humanos». He aquí una solución del despiadado capitalismo neo-liberal: si la orden que es desigual e injusta lo exige, se anula la democracia y se pasa por encima de los derechos humanos. Y esto sucede en el país donde nacieron las primeras declaraciones de los derechos de los ciudadanos.

Si miramos bien, estamos enredados en un círculo vicioso que puede destruirnos: necesitamos producir para permitir el tal consumo. Sin consumo las empresas van a la quiebra. Para producir, necesitan los recursos de la naturaleza. Estos son cada vez más escasos y ya hemos dilapidado un 30% más de lo que la tierra puede reponer. Si paramos de extraer, producir, vender y consumir no hay crecimiento económico. Sin crecimiento anual los países entran en recesión, generando altos índices de desempleo. Con el desempleo, irrumpen el caos social explosivo, depredaciones y todo tipo de conflictos. ¿Cómo salir de esta trampa que nos hemos preparado a nosotros mismos?

Lo contrario del consumo no es el no consumo, sino un nuevo «software social» en la feliz expresión del politólogo Luiz Gonzaga de Souza Lima. Es decir, urge un nuevo acuerdo entre un consumo solidario y frugal, accesible a todos, y los límites intraspasables de la naturaleza. ¿Cómo hacer? Existen varias sugerencias: el «modo sostenible de vida» de la Carta de la Tierra, el «vivir bien» de las culturas andinas, fundado en el equilibrio hombre/Tierra, la economía solidaria, la bio-socio-economía, el «capitalismo natural» (expresión desafortunada) que intenta integrar los ciclos biológicos en la vida económica y social, y otras.

Pero cuando los jefes de los Estados opulentos se reunen no hablan de estas cosas. Ahí se trata de salvar el sistema que está haciendo agua por todas partes. Saben que la naturaleza ya no puede pagar el alto precio que el modelo consumista cobra. Ya está a punto de poner en peligro la supervivencia de la vida y el futuro de las próximas generaciones. Estamos gobernados por ciegos e irresponsables, incapaces de darse cuenta de las consecuencias del sistema económico-político-cultural que defienden.

Es imperativo un nuevo rumbo global, si queremos garantizar nuestra vida y la de los demás seres vivos. La civilización científico-técnica que nos ha permitido niveles exagerados de consumo puede poner fin a si misma, destruir la vida y degradar la Tierra. Seguramente no es para esto para lo que hemos llegado a este punto en el proceso evolutivo. Urge tener valor, osadía para cambios radicales, si es que todavía nos tenemos un poco de amor a nosotros mismos.



19 agosto 2011

Un puente entre lo espiritual y el materialismo ecologista






Tema: Un puente entre lo espiritual y el materialismo ecologista

CULTURA \ LITERATURA ESPIRITUAL

Agencia Télam – domingo 5 de noviembre 2006
Es el eje del libro "Somos la gente que estábamos esperando", de Miguel Grinberg. La obra se inscribe en la línea de literatura espiritual tradicional pero con una concepción diferente a la enarbolada por los hippies en los años '60

La confluencia entre lo espiritual y el materialismo ecologista es el eje del libro "Somos la gente que estábamos esperando", de Miguel Grinberg, que se inscribe en la línea de literatura espiritual tradicional pero con una concepción diferente a la enarbolada por los hippies en los años 60.

Editor y traductor de Gandhi, Thomas Merton, el Dalai Lama, el maestro Eckhart, Rumi, Padma Sambava, entre otros pensadores, Grinberg lleva escrito, publicado y traducido más de veinte libros que recuperan un ideario muy disímil al "materialismo occidental".

"La literatura espiritual vive un boom que responde a una necesidad interna de la gente, para aclarar ante todo un mal entendido: que esa percepción de lo sagrado no es necesariamente una religión. Muchas veces lo espiritual produce rechazo porque se lo ve como algo clerical y no es así. Subyace en todas las religiones pero no es asumido institucionalmente por ninguna", dijo Grinberg en diálogo con Télam.

Para el autor, en Oriente se ha priorizado esa lectura de la realidad como lo muestra "el hinduismo, el budismo y todas las variaciones que encontramos de estas corrientes tradicionales de Japón y China que rescatan lo que en Occidente consideran sobrenatural y el misticismo".

"En Occidente después del divorcio de la ciencia y la religión hace más de tres siglos el pensamiento espiritual se convirtió en descartable por la sencilla razón que no podía ser cuantificado a nivel de mercado. Lo único que se le ha pedido a la gente en los últimos cien años es que sea contribuyente o consumidora cuando el ser humano tiene una sensibilidad trascendente que va más allá", sostuvo Grinberg.

Según el autor, el auge silencioso de una literatura con el acento puesto en lo espiritual, "se puede observar en las traducciones crecientes de bibliografía oriental y no por un efecto de marketing, sino porque la gente está tratando de discernir qué es lo que hace acá, cuál es su misión".

La necesidad de un cambio a juicio de Grinberg tiene que ver además con la supervivencia de nuestra especie, "porque no hay suficiente planeta para desarrollar la economía en los términos planteados por el desarrollo occidental".

Con este libro, recién publicado por Kier, el autor trata de construir un puente a partir de su experiencia en el activismo verde y en la práctica de la técnica tibetana de meditación.

"He comprobado que en el área espiritual se ha insistido en la búsqueda trascendental sin prestar atención al mundo concreto. Y el activismo ha visto en el camino a lo espiritual, todo el tema confesional. Ahora hay un entroncamiento entre ambas tendencias y a diferencia del pasado no está la búsqueda de notoriedad. Es una revolución sutil", apuntó Grinberg.

"Una revolución que como especificó en el libro -precisó- se desarrolla a través de las eco-aldeas, los movimientos de agricultura orgánica, la permacultura, los movimientos de tecnologías apropiadas, que se dan en todo el mundo, aunque de una forma inadvertida".

A diferencia de la revolución de los 60 de los hippies, "se trata de no hacer olas, de priorizar el sí y no precuparse por el no. Algo distinto a los movimientos contestatarios, cuando se apelaba a la moral del sistema. Luego de comprobarse que el sietema es inmoral cada cual siembra lo que considera en lo personal y comunitario. Hace su tarea sin detenerse a cuestionar al prójimo que no la hace".

Esa revolución sutil, insistió Grinberg, "se puede detectar en internet a través de distintos blogs. Allí se establecen redes de comunicación que van más rápido que cualquier sistema, No se trata de salvar a la humanidad pero por lo menos de diseñar una faja de futuro que tenga que ver con el alma de la gente y no con las ficciones de la sociedad de consumo".

Según el pensador norteamericano Ken Wilber, que desde Colorado predica esta conciencia integral que se resalta en el libro, "sólo el 2 por ciento de la humanidad está en sintonía con estas ideas".

"No se trata de formar un movimiento para demostrar que existimos. Existimos a pesar de la manipulación del sistema y evitamos la confrontación porque nos quita energía para seguir consolidando una nueva actitud", concluyó.




Mensaje de Perón a los Jóvenes del Año 2000

Esta carta fue escrita por Juan Domingo Perón y enterrada en la base de la Pirámide de Mayo el 12 de agosto de 1948. Debería haber sido desenterrada el 12 de agosto de 2006, en el bicentenario de la reconquista de Buenos Aires luego de la primera invasión inglesa.





Esta carta fue escrita por Juan Domingo Perón

y enterrada en la base de la pirámide

de la plaza de mayo en 1948


Mensaje a los Jóvenes del Año 2000


“La juventud argentina del año 2000 querrá volver sus ojos hacia el pasado y exigir a la historia una rendición de cuentas encaminada a enjuiciar el uso que los gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito que en sus manos fueron poniendo las generaciones precedentes, y también si sus actos y sus doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para conseguir la paz entre las naciones.

Por desgracia para nosotros, ese balance no nos ha sido favorable. Anticipémonos a él para que conste, al menos, nuestra buena fe y confesemos lealmente que ni los rectores de los pueblos ni las masas regidas, han sabido lograr el camino de la felicidad individual y colectiva.

En el transcurso de los siglos hemos progresado de manera gigantesca en el orden material y científico, y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral, el camino recorrido ha sido pequeño.

El egoísmo ha regido muchas veces los actos de gobierno y no es el amor al prójimo, ni siquiera la compasión o la tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.

Esa acusación resulta aplicable tanto a los pueblos como a los individuos. Cierto que en uno y en otros se dan ejemplos de altruísmo, pero como hechos aislados de poca o ninguna influencia en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que se ha dado un gran impulso en favor de los nobles ideales y de las causas justas, pero la realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión. Apenas terminada la guerra, ponemos nuestra esperanza en que ha de ser la última porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por las vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años bastan para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones el tremendo error en que habíamos caído. Hasta el aspecto caballeresco de las batallas se ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido como al cabo de veinte siglos de civilización cristiana, caen en la lucha niños, mujeres y ancianos.

Apenas un conflicto social ha sido resuelto vemos asomar otro, de más grandes proporciones, no siempre solucionado por las vías de la inteligencia y de la armonía sino por la coacción estatal o de las propias partes contendientes más fuertes, no el del mejor derecho.

Frente a esta lamentable realidad: ¿de qué han servido las doctrinas políticas, las teorías económicas y las elucubraciones sociales?. Ni las democracias ni las tiranías, ni los empirismos antiguos ni los conceptos modernos han sido suficientes para quietar las pasiones o para coordinar los anhelos. La libertad misma queda limitada a una hermosa palabra, de muy escaso contenido, pues cada cual la entiende y la aplica en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella no para elevar la condición de los trabajadores procurando su bienestar, sino para deprimirles y explotarles. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla con los desposeídos sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente, los falsos apóstoles del proletariado quieren la libertad más para usarla como un arma en la lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de justas.

No ha empezado a alborar el liberalismo económico cuando -para impedir sus aplausos- tiene el Estado que iniciar una intervención cada vez más intensa a fin de evitar el daño entre las partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su intervencionismo constituye un remedio eficaz porque, o es partidista, o busca anular las libertades individuales y con ellas a la propia persona humana.

El mundo ha fracasado. Mas este fracaso, ¿será tan absoluto que no deje un mínimo resquicio a la esperanza?. Posiblemente podamos mantener el optimismo con la ilusión de que el avance de la humanidad hacia su bienestar es tan lento que no lo percibimos, pero de cada evolución queda una partícula aprovechable para el mejor desarrollo de la humanidad. El avance es invisible y está oculto por sus propios vicios a que antes he aludido, pero no por eso deja de existir.

Se haría más perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo propio en beneficio de sus semejantes, si tratase de dirigir las disputas con la razón y no con la violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado hacerlo y, en este sentido, he orientado mi labor de gobernante. Válgame por lo menos la intención y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del porvenir.

La humanidad debe comprender que hay que formar una juventud inspirada en otros sentimientos, que sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces. Esa es la verdad más grande que en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos, porque éstos nos han conducido solamente a desastres.

En nuestra querida Argentina, el panorama descripto se ha sentido sin ser cruento, pero en el orden general, los hechos prueban que ha sido el acierto la resolución que ha precedido nuestra realidad. La independencia política que heredamos de nuestros mayores hasta nuestros días, no había sido colectivizada por la independencia económica que permitiera decir con verdad que constituíamos una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Por eso nosotros hemos luchado sin descanso para imponer la justicia social que suprimiera la miseria en medio de la abundancia; por eso hemos declarado y realizado la independencia económica que nos permitiera reconquistar lo perdido y crear una Argentina para los argentinos, y por eso nosotros vivimos velando porque la soberanía de la Patria sea inviolable o inviolada mientras haya un argentino que pueda oponer su pecho al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a menguar el derecho que cada argentino tiene de decidir por sí dentro de las fronteras de su tierra.

Contra un mundo que ha fracasado, dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser cumplido por nuestra juventud: esa será su responsabilidad ante la Historia.

¡Quiera Dios que ese juicio les sea favorable y que al leer este mensaje de un humilde argentino, que amó mucho a su Patria y trató de servirla honradamente, podáis -hermanos del 2000- lanzar vuestra mirada sobre la Gran Argentina que soñamos, por la cual vivimos, luchamos y sufrimos!"

Juan Domingo Perón


Mensaje Ambiental a los Pueblos
y Gobiernos del Mundo



Juan Domingo Perón
Madrid, 21 de febrero de 1972

Hace casi treinta años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporáneo, anunciamos la tercera Posición en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el gigantesco y multitudinario Tercer Mundo un peligro mayor- que afecta a toda la humanidad y pone en peligro su misma supervivencia- nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, que van más allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias o ideológicas, y entran en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza.

Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre-estimación de la tecnología y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional.

La concientización debe originarse en los hombres de ciencia, pero sólo puede transformarse en la acción a través de los dirigentes político. Por eso abordo el tema como dirigente político, con la autoridad que me da el haber sido precursor de la posición actual del Tercer Mundo y con el aval que me dan las últimas investigaciones de los científicos en la materia.

Los hechos

El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas.

La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega a adaptarse a las nuevas condiciones. Su acción va más rápido que su captación de la realidad y el hombre no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza y no de su poder mental. De este modo, a diario, su vida se transforma en una interminable cadena de contradicciones.

En el último siglo ha saqueado continentes enteros y le han bastado un par de décadas para convertir ríos y mares en basurales, y el aire de las grandes ciudades en un gas tóxico y espeso. Inventó el automóvil para facilitar su traslado, pero ahora ha erigido una civilización del automóvil que se asienta, sobre un cúmulo de problemas de circulación, urbanización, inmunidad y contaminación en las ciudades y se grava las consecuencias de la vida sedentaria.

Despilfarro masivo

Las mal llamadas "Sociedades de Consumo", son, en realidad sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, por el que el gusto produce lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes necesario o superfluos y, entre estos, a los deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna cierta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la saluda humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo bastan los autos actuales que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos.

No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funciones mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales - la de los países de baja tecnología en particular - sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. Se debaten en medio de la ansiedad y del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.

El espejismo de la tecnología

Lo peor es que, debido a la existencia de poderosos intereses creados o por la falsa creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse, mientras un fantasma - el hombre- recorre el mundo devorando 55 millones de vidas humildes cada 20 meses, afectando hasta países que ayer fueron graneros del mundo y amenazando expandirse de modo fulmíneo en las próximas décadas. En los centros de más alta tecnología se anuncia entre otras maravillas, que pronto la ropa se cortará con rayos láser y que las amas de casa harán compras por televisión y las pagarán mediante sistemas electrónicos. La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que perece que estuviera constituida por más de una especie.

El ser humano cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos teóricos fabulosos, mata el oxígeno que respira el agua que bebe, y el suelo que le da de comer y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata el mal que podía servirle de última base de sustentación.

Después de la tierra, el mar ...

En el curso del último siglo el ser humano ha exterminado cerca de 200 especies animales terrestres. Ahora ha pasado a liquidar las especies marinas. Aparte de los efectos de la pesca excesiva, amplias zonas de los océanos, especialmente costeras, ya han sido convertidas en cementerios de peces y crustáceos, tanto por los desperdicios arrojados como por el petróleo involuntariamente derramado. Solo el petróleo liberado por los buques cisterna hundidos ha matado en la última década cerca de 600.000 millones de peces. Sin embargo seguimos arrojando al mar más desechos que nunca, perforamos miles de pozos petrolíferos en el mar o sus costas y ampliamos al infinito el tonelaje de los petróleos sin tomar medidas de protección de la fauna y flora marinas.

...Y el agua potable

La creciente toxicidad del aire de las grandes ciudades, es bien conocida, aunque muy poco se ha hecho para disminuirla. En cambio, todavía existe un conocimiento mundialmente difundido acerca del problema planteado por el despilfarro de agua dulce, tanto para el consumo humano como para la agricultura. La liquidación de aguas profundas ya ha convertido en desiertos extensas zonas otrora fértiles del globo, y los ríos han pasado a ser desagües cloacales más que fuentes de agua potable o vías de comunicación. Al mismo tiempo la erosión provocada por el cultivo irracional o por la supresión de la vegetación natural se ha convertido en un problemas mundial, y se pretende reemplazar con productos químicos el ciclo biológico del suelo, uno de los más complejos de la naturaleza. Para colmo muchas fuentes naturales han sido contaminadas; las reservas cuando nos quedaría como último recurso la desalinización del mar nos enteramos que una empresa de este tipo, de dimensión universal, exigiría una infraestructura que la humanidad no está en condiciones de financiar y armar en este momento.

Alimentos y armas

Por otra parte, a pesar de la llamada revolución verde, el Tercer Mundo, todavía no ha alcanzado a producir la cantidad de alimentos que consume, y para llegar a su autoabastecimiento necesita un desarrollo industrial, reformas estructurales y la vigencia de una justicia social que todavía está lejos de alcanzar. Para colmo, el desarrollo de la producción de alimentos sustitutivos está frenada por la insuficiencia financiera y las dificultades técnicas.

Por supuesto todos estos desatinos culminan con una tan desenfrenada como irracional carrera armamentista que le cuesta a la humanidad 200.000 millones de dólares anuales.

A este maremagnum de problemas creados artificialmente se suman el crecimiento explosivo de la humanidad. El número de seres humanos que puebla el planeta se ha duplicado en el último siglo y volverá a duplicarse para fines del actual o comienzos del próximo, de continuar la actual " ratio " de crecimiento. De seguir por este camino, en el año 2.500 cada ser humano dispondrá de solo metro cuadrado sobre el planeta. Esta visión global está lejana en el tiempo, pero no difiere mucho de la que ya corresponde a las grandes urbes, y no debe olvidarse que dentro de 20 años más de la mitad de la humanidad vivirá en ciudades grandes y medianas.

Política demográfica

Es indudable pues, que la humanidad necesita tener una política demográfica. La cuestión es que aún poniéndola en práctica, ya por el retardo con que comenzaremos,. no producirá sus efectos antes del fin de la década en materia educativa, y antes de fin de siglo en materia ocupacional. Y que además la política demográfica no produce los efectos deseados sino va acompañada de una política económica y social correspondiente. De todos modos, mantener el actual ritmo de crecimiento de la población humana es tan suicida como mantener el despilfarro de los recursos naturales en los centros altamente industrializados donde rige la economía del mercado, o aquellos países que han copiado sus modelos de desarrollo. Lo que no debe aceptarse es que la política demográfica esté basada en la acción de píldoras que ponen en peligro la salud de quienes la toman o de sus descendientes

Qué hacer

Si se observan en su conjunto los problemas que se nos plantean y que hemos enumerado, comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión humana, como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la población humana. Esta heterogeneidad de causas debe dar lugar a una heterogeneidad de respuestas, aun que en última instancia tenga como denominador común la utilización de la inteligencia humana. A la irracionalidad del suicidio colectivo debemos responder con la racionalidad del deseo de supervivencia.

Para poner freno e invertir la marcha hacia el desastre es menester aceptar algunas premisas:

1. Son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres, especialmente en los dirigentes de los países más altamente industrializados; una modificación de las estructuras sociales y productivas en todo el mundo, en particular en los países de alta tecnología donde rige la economía de mercado, y el surgimiento de una convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza.

2. Esa revolución mental implica comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general; que la tecnología es un arma de doble filo, que el llamado progreso debe tener un límite y que incluso habrá que renunciar alguna de las comodidades que nos ha brindado la civilización; que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible que los recursos naturales resultan aceptables y por lo tanto deben ser cuidados y racionalmente utilizados por el hombre; que el crecimiento de la población es aumentar la reducción y mejorar la distribución de alimentos y la difusión de servicios sociales como la educación y la salud pública, y que la educación y el sano esparcimiento deberán reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos juegan actualmente en la vida del hombre.

3. Cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales . Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir, a sus ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.

4. La modificación de las estructuras sociales y productivas en el mundo implica que el lucro y el despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad alguna. y que la justicia social debe exigirse en la base de todo sistema, no solo para el beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos y bienes necesarios; consecuentemente, las prioridades de producción de bienes y servicios deben ser alteradas en mayor o menor grado según el país de que se trate. En otras palabras: necesitamos nuevos modelos de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico que, al mismo tiempo que den prioridad a la satisfacción de las necesidades esenciales del ser humano, racionar el consumo de recursos naturales y disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental.

5. Necesitamos un hombre mentalmente nuevo en un mundo físicamente nuevo. No se puede construir una nueva sociedad basada en el pleno desarrollo de la personalidad humana en un mundo viciado por la contaminación del ambiente exhausto y la sed y enloquecido por el ruido y el hacinamiento. Debemos transformar a las ciudades cárceles del presente en las ciudades jardines del futuro.

6. El crecimiento de la población debe ser planificado, en lo posible de inmediato, pero a través de métodos que no perjudiquen la salud humana, según las condiciones particulares de cada país (esto no rige para la Argentina, por ejemplo) y en el marco de políticas económicas y sociales globalmente racionales.

7. La lucha contra la contaminación del ambiente y de la biosfera, contra el despilfarro de los recursos naturales, el ruido y el hacinamiento de la ciudades, debe iniciarse ya a nivel municipal, nacional e internacional. Estos problemas, en el orden internacional, deben pasar a la agenda de las negociaciones entre las grandes potencias y a la vida permanente de la Naciones Unidas con carácter de primera prioridad. Este, en su conjunto, no es un problema más de la humanidad; es el problema.

8. Todos estos problemas están ligados de manera indisoluble con la justicia social, el de la soberanía política y la independencia económica del Tercer Mundo, y la distensión y la cooperación internacional.

9- Muchos de estos problemas deberán ser encarados por encima de las diferencias ideológicas que separan a los individuos dentro de sus sociedades o a los Estados unidos dentro de la comunidad internacional.

Nosotros los del tercer mundo

Finalmente deseo hacer algunas consideraciones para nuestros países del Tercer Mundo:

1- Debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología a donde rige la economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes .Por eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que dejarán de producir mañana .

2- De nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados a métodos de desarrollo , preconizados por esos mismos monopolios , que significan la negación de un uso racional de aquellos recursos .

3- En defensa de sus intereses , los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción solidaria .

4- No debe olvidarse que el problema básico de la mayor parte de los países del Tercer Mundo es la ausencia de una auténtica justicia social y de participación popular en la conducción estará en condiciones de enfrentar las angustiosamente difíciles décadas que se avecinan.

La Humanidad debe ponerse en pie de guerra en defensa de sí misma.

En esta tarea gigantesca nadie puede quedarse con los brazos cruzados. Por eso convoco a todos los pueblos y gobiernos del mundo a una acción solidaria