02 noviembre 2013

Ante el Abismo de Vicios



advenimiento

para una Buena Era


“La situación actual no puede seguir así por mucho tiempo, y no nos llevará a ninguna parte. Y si las cosas no cambian, la alternativa es la destrucción. Estamos en el final del Kali Yuga [para la religión hindú, un ‘abismo de vicios’]. Yo diría que en vez de desequilibrio hay una situación de injusticia que hay que resolver, porque sin justicia nunca podrá haber paz. La paz no es sólo un ideal, es una necesidad, porque la alternativa sería una catástrofe humana y planetaria. Nuestro sistema competitivo, en el que sólo las cosas que pueden tener valor económico están consideradas como valiosas, no puede ir muy lejos.”
RAIMÓN PANIKKAR


A esta altura hay en la tierra suficiente sabiduría espiritual, conocimientos materiales y recursos naturales disponibles como para asegurar a todos los seres humanos una vida decente y gratificante. Pero al mismo tiempo se malgasta cada año un billón y cuarto de dólares (1.250.000.000.000) en artefactos de destrucción bélica. Asimismo, 1.500 millones de personas viven bajo la línea de pobreza y por lo menos 2/3 de esa gente (según el Banco Mundial) padece hambre endémica. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lo explica diciendo que el 20% de la población mundial utiliza el 80% de los recursos disponibles, en tanto el 20% que queda disponible de tales bienes se distribuye malamente entre el otro 80% de los habitantes del globo. Podríamos ser una civilización de la abundancia y la concordia, somos en cambio un desfile de dramáticas aflicciones.

El célebre físico-químico Ilya Prigogine (1917-2003) dijo que la historia es una sucesión de bifurcaciones. Un ejemplo fascinante de cómo sucede tal cosa es la transición de la era paleolítica a la neolítica (hace unos once mil años), que se produjo prácticamente en el mismo período en todo el mundo (un hecho aún más sorprendente dada la larga duración de la era paleolítica precedente). Tal transición parece haber sido una bifurcación  ligada a una explotación más sistemática de los recursos minerales y vegetales. Surgieron la agricultura y la ganadería. El hombre dejó de ser un cazador-recolector y comenzó una existencia sedentaria en ciudades. De esa bifurcación estructural surgieron muchas ramas: el período neolítico chino, con su visión cósmica, el neolítico egipcio con su confianza en los dioses, o el anhelante período neolítico del mundo precolombino.

El universo es un vaivén constante de nacimientos y agonías. En el cosmos, sin cesar nacen y mueren galaxias de cuya existencia jamás tendremos noticia. Asimismo, en nuestro cuerpo, todo el tiempo millones de nuevas células reemplazan a las que ya cumplieron su ciclo de advenimiento, maduración y declive. Algo análogo sucede en el mundo vegetal, animal y mineral, en consonancia con el aire, las aguas, la luz y los misterios de la Creación.

La humanidad completó a nivel calendario la primera década del siglo XXI, pero todavía seguimos anclados en el siglo XX, no hemos logrado abrir rumbos hacia una era de abundancia y justicia distributiva, pese a que la ciencia y la tecnología han contribuido a ampliar netamente nuestra expectativa de vida, aunque al mismo tiempo han promovido herramientas destructivas de índole espantosa. Existen los medios materiales para asegurarle un “buen vivir” a todos los seres humanos, pero en todas partes se comprueban situaciones de carencia y desolación. El genocidio, el ecocidio y el geocidio ya son fenómenos cotidianos.

Durante los últimos diez años ha predominado un ritual  donde los espectros ideológicos del cada día más remoto siglo XX, siguen erigiendo falsas bifurcaciones basadas en la manipulación masiva a través de las tecnologías de la información y de la prepotencia política.

Al despuntar los años Ochenta surgieron dos corrientes de pensamiento que parecieron poner en foco los temas prioritarios del momento histórico: el ecologismo y la Nueva Era. El primero, despuntó como una promesa de concordancia con la Madre Tierra (Gaia), el segundo se expandió rescatando en Occidente sabidurías milenarias emanadas de China, India, Japón y el Tíbet. En parte, ambas iniciativas se desnaturalizaron y perdieron impulso: uno, por aplicarse mayormente a los rituales de la proclama ambiental abstracta sin proponer rumbos convincentes para una bifurcación estructural (o una auténtica Sociedad Verde); la otra, dejándose invadir por la magia y los malabares esotéricos, sin convertirse en una contagiosa realidad social cotidiana. Solamente las artes sanadoras (como el Qi Gong, el Reiki, el Do-in, el Shiatzu, la holo-meditación y afines) lograron abrirse camino como recursos complementarios para la salud. Prigogine (premio Nobel de Química) dio una clave: “El mundo está en construcción y todos podemos participar de ella.”

Hay miles de personas, aquí, allá y en todas partes,  implicadas en esa construcción ejemplar. No promueven movimientos espectaculares, lo hacen sutilmente, en múltiples terrenos de la vida cotidiana. Creen, como ha dicho Eckhart Tolle, “que todas las cosas naturales, además de estar unificadas consigo mismas, están unificadas con la totalidad No se han separado del entramado de la totalidad reclamando una existencia separada: el ‘yo’, gran creador de conflictos. La naturaleza puede llevarte a la quietud. Ése es su regalo para ti. A través de ti, la naturaleza toma conciencia de si misma. Cuando percibes la naturaleza y te unes a ella en el campo de la quietud, éste se llena de tu conciencia. Ése es tu regalo a la naturaleza. Es como si la naturaleza te hubiera estado esperando durante millones de años.”

Hubo hombres contemporáneos de la Primera Guerra Mundial (1914-18), entre ellos, el poeta místico irlandés William Butler Yeats (1865-1939), que en su poema La Segunda Venida (Second Coming, 1920)  denunciaba, angustiado, el panorama entonces reinante: la anarquía que asolaba la tierra, la marejada de sangre que se alzaba en el horizonte, el ritual con que los verdugos laceraban la inocencia, en resumen, una clase distinta de individuos (los fascistas y los comunistas) que iban a quedarse con el mundo.

Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente
ya no puede el halcón oír al halconero;
todo se desmorona; el centro cede;
la mera anarquía se abate sobre el mundo,
se suelta la marea de la sangre, y por doquier
es ahogado el ritual de la inocencia.;
Los mejores carecen de convicción, y los peores
están rebosantes de febril intensidad.


Ante semejante perspectiva, pesadas tinieblas llovían sobre su cabeza y sus pesadillas de guerras y desastres sólo eran vaticinios de cosas peores que revelaría, por medio de la poesía (ese lenguaje cifrado), al resto de la humanidad. Recordemos: fue testigo de la barbarie sectaria en su país, del salvajismo por razones de Estado, de etnia, de religión. Y vivía trastornado por las gyres, trágicas espirales irrefrenables que agitan la historia. Yeats falleció justo al comenzar la Segunda Guerra Mundial que desembocó en el espanto del Holocausto y de Hiroshima.

Su visión del colapso de Europa era inequívoca. No obstante, una estrella brillaba a veces en su cielo encapotado y en otro poema, Plegaria para la vejez, escribiría:


Dios me guarde de aquellos humanos pensamientos
que en la mente están solos;
aquel que canta una canción durable
la siente en lo más hondo.

De cuando a un viejo le convierte en sabio,
alabado por todos;
Ah, ¿quién soy yo que nunca pareciera,
por mi canción un loco?

Rezo – pues las palabras vacías ya se fueron
y la plegaria ha vuelto sólo –
para que pueda parecer, aún cuando viejo muera,
un hombre apasionado, loco.


Evoco estas postales poéticas porque los titulares actuales son también recurrentes relatos de caos y destrucción. Y dado que los grandes poetas son las antenas de sus sociedades y de su tiempo, imagino lo que Yeats escribiría tras recorrer las noticias que ofrece la Internet. Y lo primero que se me presenta es una imagen de advenimiento, libre de connotaciones bíblicas o devocionales. Simplemente como la venida o llegada de una época determinada o de un acontecimiento trascendental. Que podría ser un nuevo periodo histórico o el acaecer de algo o alguien muy importante. ¿Por qué? Porque estoy categóricamente convencido de que estamos atravesando un umbral, rumbo a algo irreversible.

¿Un apocalipsis? ¿Una conmoción 2012? Nada de eso. Algo más sutil, más definitivo.

En estas circunstancias hay solamente dos maneras de posicionarse: dejar que nos dominen sensaciones del tipo “fin del mundo” (con toda su caravana de datos horribles) o predisponerse a intuir detalles parciales del acontecimiento magno que se alberga entre los pliegues de la realidad actual (aunque no sean del todo nítidos).

Sabemos que estamos permanentemente sumergidos en una energía vital universal que abarca a todas las cosas y a todos los seres. Todas las células de nuestro cuerpo danzan acompañando el ritmo de sus melodías intangibles.

Todo advenimiento es un estado de transición, entre lo que uno deja de ser y lo que poco a poco va enhebrándose en su alma como un manto invisible. Una travesía permanente  sin punto de partida y sin puerto de destino.

¿Por qué nuestro título remite a una Buena Era? Porque es algo que está en el aire continental, especialmente en cumbres sudamericanas. Las culturas kechuas del Ecuador y Bolivia hablan del sumak kawsay (o Buen Vivir). Se trata de una concepción andina ancestral de la vida que se ha mantenido vigente en muchas comunidades indígenas hasta la actualidad. Sumak significa lo ideal, lo hermoso, lo bueno, la realización; y kawsay, es la vida, en referencia a una vida digna, en armonía y equilibrio con el universo y el ser humano. Por consiguiente, sumak kawsay significa la plenitud del vivir.

El sociólogo uruguayo Eduardo Gudynas ha dicho que la idea del Buen Vivir ha ganado amplia difusión durante los últimos años. Representa tanto la disconformidad con la marcha del desarrollo convencional, como la búsqueda de cambios sustanciales bajo nuevos compromisos con la calidad de vida y la protección de la Naturaleza. El Buen Vivir ha surgido ostensiblemente como una crítica a las ideas del desarrollo convencional que defienden un crecimiento económico perpetuo, obsesionado con la acumulación material, y que celebra la mercantilización de la Naturaleza.

Y añadió: El bienestar de las personas aparece como una preocupación central, y no se espera que resulte apenas del derrame económico del crecimiento de las economías. También es una construcción multicultural. Los aportes de las cosmovisiones de algunos pueblos indígenas han sido muy importantes, tanto al romper con muchos de los problemas anclados en la Modernidad europea, como en permitir que se expresaran saberes subordinados y marginados por mucho tiempo. Por ejemplo, desde allí han renovado las discusiones sobre el bienestar y la calidad de vida, o sobre las comunidades y sus territorios.”

El anhelo de un mundo equitativo donde la sabiduría teórica pueda encarnarse en la vida cotidiana, es un sueño antiguo de la humanidad, desde los albores del Neolítico. El eco-teólogo Thomas Berry (1914-2009) manifestó que la Obra Grandiosa “para nuestra generación es transformar nuestras hasta ahora relaciones destrozadoras y destructivas con la Tierra… en relaciones gentiles y apacibles. Tenemos dos opciones: creer que los humanos están separados de la Naturaleza o que están inter-conectados en ella. El mundo es una comunión de temas, no una colección de objetos. Si destruimos el mundo exterior, destruimos nuestro mundo interno. Y el no entender eso y heredar un mundo degradado, un planeta degradado, produce humanos degradados. Y humanos degradados continuarán degradando mucho más el planeta… Estamos despertando de una fase destructiva. Se trata de momentos cosmológicos de gracia, que ya se dieron en el universo cuando el futuro fue determinado de manera muy profunda, cuando estaba al borde de la catástrofe”.

A propósito, en una carta escrita a Dorothy Wellesley (julio 6, 1935), el poeta Yeats se refería a la contemplación de una imagen esculpida: “Alguien me ha enviado como obsequio una pieza grandiosa de lapislázuli tallada por algún escultor chino, que ofrece el paisaje de una montaña, con un templo, árboles, senderos y un asceta con su discípulo a punto de escalar la montaña. Asceta, discípulo, roca dura, el tema eterno del Oriente sensual. El grito heroico en medio de la desesperación. Pero no, estoy equivocado, el Oriente tiene siempre sus soluciones y por lo tanto nada sabe de la tragedia. Somos nosotros, no Oriente, los que debemos elevar el grito heroico.” Dos años antes, había escrito un monumental poema al respecto, ligándolo al declive de una civilización. Oportunos versos para cerrar estas líneas sobre la descomposición del siglo XX:


Dos chinos, seguidos por un tercero,
en lapislázuli están tallados.
Sobre ellos vuela un ave zancuda,
símbolo de longevidad;
el tercero, un sirviente, sin duda,
lleva un instrumento musical.

Cada decoloración de la piedra,
cada grieta o melladura accidental
parece un torrente o un alud,
o una elevada ladera donde aún nieva,
aunque sin duda una rama de ciruelo o cerezo
endulzan la casita a medio camino
hacia donde suben esos chinos,
y me complace imaginarlos allí sentados,
sobre la montaña y ese cielo,
sobre la trágica escena que contemplan.
Uno pide melodías lastimeras;
hábiles dedos comienzan a tocar.
Sus ojos entre muchas arrugas, sus ojos,
esos ojos ancianos brillan de alegría.



MIGUEL GRINBERG